La segunda mitad de 2024 nos encuentra con una economía que empieza a dar señales más claras de recuperación, y con una inflación que se va acercando, de a poco, al ritmo de suba mensual del tipo de cambio oficial.
La baja de la inflación y la recuperación del salario real son parte de la cosecha de una buena siembra del programa de estabilización. A partir de esto, también, empieza a registrarse una baja de la pobreza. Aunque partiendo de niveles que son propios de una economía que esquivó, por muy poco y hace no tanto, una hiperinflación.
Para llegar aquí, el Ejecutivo puso en marcha un programa de estabilización que consistió en un sinceramiento inicial del tipo de cambio tras el cual se lo ancló a un ritmo del 2%. La única forma de que el esquema funcionara era cortando de cuajo con la emisión de pesos del Banco Central; de lo contrario, la continua inyección de moneda nacional hubiese hecho volar la brecha y, consigo, el ancla. Y la única forma de dejar de emitir era con un ajuste fiscal inédito. En un solo año, el déficit fiscal debió pasar del 6% del PBI al equilibrio. Y, además, el Tesoro debió hacerse cargo de la deuda remunerada del BCRA, que no era sino deuda que el Central tomó a cuenta para financiar el gasto público.
Consolidar la estabilización es algo que probablemente lleve otro año más. Ya para 2025 las expectativas de inflación relevadas por el BCRA cayeron al 38% anual; esto es compatible con tasas de inflación mensuales que, para finales del año próximo podrían empezar con un 1 delante. Para comparar, la convertibilidad, probablemente el programa de estabilización más exitoso hasta la fecha, se lanzó en 1991 y bajó la inflación a un dígito anual a los dos años.
La evidencia nos muestra que prácticamente todos los programas de estabilización incorporan tanto austeridad monetaria como fiscal. Y que, para las economías con acceso limitado al crédito y baja credibilidad, esta es aún mayor. Pero también que son expansivos, contribuyendo a despertar la producción y la inversión. En otras palabras, hay un dividendo de la estabilidad. Lamentablemente, como el programa de estabilización fue lanzado por un gobierno en minoría, con escaso poder político, y sobre el cual había dudas de cuánto podía y no podía hacer, este efecto positivo tardó un poco más en llegar.
Abandonar controles cambiarios
Para ir de la estabilización al crecimiento sostenido quedan dos pasos más. El primero es abandonar de una vez los controles cambiarios. La realidad es que no va a haber un boom de inversiones con cepo. Lo que los controles de cambios te dan en mayor control sobre los movimientos de capitales te quitan en crecimiento. Es una regularidad ya conocida en la literatura. No por casualidad, Argentina entró en estanflación desde 2011, año en que casualmente se colocó el cepo cambiario.
El techo de cristal del crecimiento argentino tiene nombre y apellido. Es de notar que el Régimen de Incentivos para las Grandes Inversiones (RIGI) aprobado por el Congreso entre sus beneficios implica un marco de reglas especial que permite a las empresas justamente eludir las restricciones del cepo cambiario. Lo que necesitamos ahora es que dichos beneficios se generalicen.
Acelerar reformas estructurales
El segundo paso para que Argentina empiece a crecer es acelerar aún más las reformas estructurales. Aquí me gustaría detenerme en las que creo más relevantes. La reforma del Estado, sintetizada en la nueva estructura del Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado. Efectivamente, hay que derogar cientos de regulaciones cuya utilidad están perimidas. Y también transformar el Estado, haciendo una revisión integral que incluya a los ministerios, pero también a los 114 organismos descentralizados y desconcentrados, las empresas y los entes públicos. Implica, conceptualmente, modificar la relación Estado-ciudadano, devolviéndole el poder a este último.
Apertura de la economía
Y, la segunda reforma, la apertura de la economía. Argentina no puede seguir siendo caro en la canasta básica del siglo XXI: tecnología para educarnos y trabajar, ropa para vestirnos, movilidad para transportarnos y maquinaria para impulsar nuestras industrias. En cada uno de estos sectores los niveles de protección comercial siguen siendo elevadísimos. Si bien se hizo un enorme esfuerzo eliminando el corrupto mecanismo del Sistema de Importaciones de la República Argentina (SIRA), hay aún mucho por avanzar en este sentido. Al igual que con la estabilización, los beneficios de la apertura económica más que compensan sus costos y riesgos.
Mantener la estabilidad requerirá que el país sostenga el equilibrio fiscal financiero por un largo tiempo. La austeridad, para ser creíble, deberá ser comparable a la irresponsabilidad fiscal que se mostró en las últimas décadas. Y también habrá que eliminar la capacidad de financiar el gasto con emisión. Algunos países apostaron por una reforma constitucional para lograrlo. Otros lo consiguieron con una nueva Ley de Carta Orgánica. El Gobierno parece apostarle a la dolarización. La clave será que el arreglo monetario que esté sobre la mesa, probablemente después de las legislativas de 2025, sea compatible con la política fiscal y el marco institucional.
Países que han avanzado en esta agenda han conseguido en pocos años tasas de crecimiento anual superiores al 5%. Y es que el shock es tal que se ingresa en un proceso virtuoso de reformas, credibilidad y aprovechamiento de oportunidades. Cuando la política económica empieza a hacer las cosas bien, se empieza a ganar credibilidad, lo que impulsa que se invierta para los proyectos que, ante la inestabilidad y las malas instituciones, estuvieron frenados. Al principio, solo los más aventurados apuestan. Pero si la estabilidad y la cordura institucional perdura, son cada vez más los que apuestan y el proceso de crecimiento se acelera. Por este camino es que Irlanda pasó de ser de las economías más pobres de Europa a una de las más ricas. Lo propio hicieron Corea y Singapur en Asia. Y Chile y Uruguay en América del Sur.
Fuente: Sobre nota de Eugenio Marí para Perfil