De la editora al lector: Silvia Fesquet
“Soñaban con acabar con la casta y se convirtieron en casta”, dicen los responsables de la serie sobre Podemos.
“Como siempre hemos votado personas competentes e inteligentes, ahora propongo que votemos a un imbécil que no se entera de nada. O sea, a mí”. Era 1981 y con este slogan, el cómico más famoso de Francia se presentaba a las elecciones presidenciales de su país. Nacido en París en 1944 como Michel Colucci fue con el nombre de Coluche, y vestido de payaso, como saltó a la fama. Y también como entró en carrera para el Eliseo enfrentando a rivales como François Mitterrand o Valéry Giscard d’Estaing, que iba por la reelección.
Amante de los pronunciamientos de impacto, y aun cuando ya había alcanzado también el éxito económico, el actor solía repetir “no soy un nuevo rico sino un viejo pobre”, en alusión a sus muy humildes orígenes. Machista y algo racista, criticaba implacablemente al francés medio y decía de sí mismo “siempre grosero, nunca vulgar”.
Populista y antisistema, a la hora de hacer campaña apeló al voto de “los perezosos, inmundos, adictos, alcohólicos, maricones, mujeres, parásitos, jóvenes, viejos” y varios etcéteras más hasta terminar la enumeración con “todos los que no cuentan para los políticos” y cerrar con “Todos juntos con Coluche para darles por el culo. El único candidato que no tiene motivos para mentir”.
Su convocatoria generó no sólo la adhesión de gente del mundo del espectáculo sino de los más reputados pensadores del momento: Gilles Deleuze, Pierre Bourdieu y Félix Guattari.
Las encuestas le daban a Coluche una intención de voto del 16%, ubicándolo tercero, muy cerca de Mitterrand. Finalmente, el cómico se bajó de su candidatura, a partir de presiones de partidos políticos, del Estado y, según circuló, de amenazas de muerte de la extrema derecha. Apoyó a Mitterrand, “que por lo menos es de izquierda”, que fue quien se consagró presidente.
Antes que Coluche Francia ya había tenido a otro outsider, Pierre Poujade, allá por los años 50. Con un discurso patriótico, autárquico y antiparlamentario, Poujade, -que había luchado contra los nazis en la Resistencia y después se convirtió en librero y papelero- se puso al frente de una rebelión antifiscal y de protesta de trabajadores independientes, artesanos y comerciantes, la Francia “de abajo”.
Calificado de “payaso” y “demagogo” por la clase política tradicional, en las legislativas de 1956 se alzó con el 12% de los votos, 2.600.000 sufragios y 53 bancas. Dos años después, había perdido 2 millones de votos y el movimiento se extinguió. Entre los poujadistas que llegaron al Parlamento estaba Jean Marie Le Pen, el líder de ultraderecha que reapareció en la escena pública francesa décadas más tarde con su Frente Nacional.
El movimiento/ partido L’Uomo Cualunque (Frente del Hombre Común), monárquico, conservador, populista y anticomunista, fundado por el dramaturgo y periodista Guglielmo Giannini en Italia en los años 40, tenía el “Abajo todos” entre sus consignas contra los partidos y los políticos de la época: aliado con otros partidos, conquistó el 20% de los votos en Roma. Pocos años después, el partido se disolvió. Para algunos es una suerte de antecesor del Movimiento Cinco Estrellas (M5E).
El 5 Stelle nació de la mano del cómico Beppe Grillo y pateó el tablero de la política italiana en su aparición. Caracterizado como un movimiento populista y ecologista, abogaba entre otras cosas por la democracia directa e iba contra la corrupción y sobre todo, contra la casta, exhibiendo una hostilidad manifiesta hacia la clase política, que oponía al ciudadano común. A la hora de acceder a un cargo, la falta de experiencia se compensaba con la honestidad.
También presentaban Grillo y el partido fobia hacia la prensa: en muchos de los actos, los periodistas quedaban confinados en un corralito, y por años, el ex cómico se negó a dar entrevistas a los medios italianos. “Los comería sólo por el gusto de poder vomitarlos”, llegó a decir.
En las elecciones generales de 2013, el M5E resultó la fuerza individual más votada, con el 25,5% de los sufragios: más de 200 “ciudadanos” desembarcaban en el Parlamento dispuestos a “abrirlo como una lata de sardinas”. Llegados a Roma de distintos puntos del país, se los veía circular cerca de Montecitorio, la sede de la Cámara de Diputados, para ver, al menos por fuera, de qué se trataba eso.
En 2018, el Movimiento obtuvo el 33% de los apoyos. “Voté al M5E porque son nuevos y no han gobernado nunca”, fue uno de los argumentos de sus votantes. Sin números para gobernar solo, el M5E debió pactar con los partidos tradicionales que había denostado siempre: el ultraderechista de la Liga, Matteo Salvini primero y los socialdemócratas del Partido Demócrata después. En los comicios del año pasado, el M5E se quedó con el 15% de los votos.
Poco antes de esas elecciones, el politólogo Oreste Massari había dicho, en declaraciones periodísticas: “Su destino de autodestrucción parece sellado. Surgido de la nada, por la nada será devorado. Porque los partidos no se inventan. A no ser que deseen revelarse efímeros”.
También contra la casta, pero en España, batía el parche Pablo Iglesias, fundador de Podemos, el gran fracaso de la política peninsular, que se convertirá en serie de la mano de Bambú Producciones, según anunció la prensa española a fines del año pasado. En ocho capítulos,“Nosotros Podemos” reflejará el apogeo y caída del partido. “Soñaban con acabar con la casta y se convirtieron en casta”, dicen los responsables del envío.
Antipolítica. Tal el nombre de este fenómeno que recorre el mundo sin distingos geográficos y que también aterrizó en la Argentina, de la mano de Javier Milei, con los resultados conocidos en las PASO del domingo 13. Como demuestra la breve reseña consignada aquí, hay antecedentes en la política internacional, y no sólo contemporáneos.
Silvia Bolgherini, polítóloga italiana que acaba de pasar por Buenos Aires lo definió ante Clarín como “un fenómeno heterogéneo, transversal a la sociedad en su conjunto y agitado a veces por los propios políticos, que se manifiestan contra la política, sus actores y sus instituciones”.
El aumento de la desconfianza en la política va acompañado por una insatisfacción creciente con el propio funcionamiento de la democracia. Abstención electoral, apatía, caída en la participación en los partidos o en las agrupaciones políticas, tanto en lo que hace a afiliación como a militancia, actitudes hostiles y de rechazo a legisladores y a quienes ocupen cualquier cargo, descalificándolos como “casta” son algunas de las expresiones con las que se manifiesta la antipolítica.
Todas esas manifestaciones se advierten, y se venían advirtiendo, en Argentina. Las elecciones en las provincias ya venían batiendo récords de ausentismo desde el regreso de la democracia. En las PASO del domingo 13 el voto en blanco cosechó el 4,6% de los sufragios, otro fenómeno que se registraba en los comicios realizados a lo largo del año.
El último informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA – en sintonía con los resultados de otros sondeos, por otra parte- demuestra que más del 50% de la población está disconforme con el funcionamiento de la democracia, la confianza en el Gobierno cayó al 20,6 % y sólo un 8,2% dice confiar en los partidos políticos.
Al hartazgo, la decepción y la frustración que exhiben semejantes respuestas hay que oponer lo que predice el refrán: “El precio de desentenderse de la política es que acabarás siendo gobernado por los peores”.
Fuente: Diario Clarin