Hace exactamente un año, la Selección Argentina de fútbol se coronó adueñándose del mundo de la pelota.
Como en toda cinta heroica, los protagonistas debieron atravesar adversidades para triunfar. Lo dicho, aunque también insospechado, ocurrió en el debut del Mundial de Qatar, donde la Albiceleste fue sorprendida y sucumbió ante la precisión de una Arabia Saudita que se encontró con una victoria completamente inesperada. Un 2 a 1 para el equipo árabe que nadie imaginaba, en los papeles, ilustración empírica de la imprevisibilidad de este juego. El tanto inicial del capitán Messi desde los doce pasos no fue suficiente, y Argentina cayó luego de 36 partidos, quedando en las puertas de alcanzar el famoso récord italiano. Sin embargo, hubo una frase, un instante de ilusión, que se ha grabado a fuego como premonitorio: “A la gente le digo que confíe, que este grupo no los va dejar tirados”. No hace falta indicar a quién le pertenece…
Haciendo honor a semejante sentencia, el grupo comandado por Lionel Scaloni levantó cabeza y sustentó con coraje el orgullo del mejor de todos, que a los 64 minutos del crucial duelo ante México soltó su zurda, venciendo humanidades rivales y dándole paso a un camino eterno, con la superioridad deportiva como nutriente. Enzo Fernández selló la remontada, con un elegante golazo al segundo palo.
En la tercera fecha del Grupo C esperaba Polonia, con Lewandowski como figura principal. Y no le dieron chances. La franja defensiva nacional cerró sus filas mostrándose impenetrable, con Romero y Otamendi como baluartes. Alexis y Julián desplegaron su repertorio y le dieron otra alegría a su gente. Un 2 a 0 que concretó la primera posición del Seleccionado argentino en la zona. Dudas zanjadas y fortaleza adquirida nuevamente, como en todo el proceso de la Scaloneta. Con dientes apretados se afrontaría la ronda final.
La oceánica fiereza australiana se haría sentir en un cotejo reñido de octavos de final. Messi a los 35 minutos elevaría nuestra bandera, y Álvarez aumentaría la ventaja asociándose para la presión con el infaltable De Paul. Juntos domeñaron al arquero y el 9 completó la empresa. Pero faltando 15′ llegaría el descuento, uno que preocupó al elenco criollo, que debió aferrarse a su distintivo equilibrio anímico para superar el escollo.
El encuentro de cuartos de final merece un capítulo aparte, porque será recordado por sus condimentos. Ese picante previo, sumado al vértigo de los 120 minutos de juego y el cierre con un enérgico sabor dulce para nuestra Selección, demarcan la ya conocida como “Batalla de Lusail”. Argentina doblegó en dominio a Países Bajos durante el noventa por ciento de la escena reglamentaria, pero el marcador terminó empatado en dos goles por lado. Molina y Messi, para adelantar a la Albiceleste; Weghorst, en dos ocasiones, para igualar las acciones del lado naranja. Y la justicia llegó en el momento adecuado: el 10, Paredes, Montiel y Lautaro para sentenciar un 4-3 desde el punto penal que forjó un estruendoso silencio neerlandés. Noche de declaraciones míticas, de intensa rivalidad, de ambiente futbolero. La Scaloneta enaltecía su valentía, su rigor, su “saber jugar” y “saber sufrir”.
Lo ocurrido en semifinales asoma como un recuerdo manso, pero es probable que, a ciencia cierta, el trámite general del partido haya sido similar a las seis finales posteriores a la primera caída. Argentina dominó, una vez más, a su rival, pero en este caso contuvo por completo los embates croatas y el epílogo sí fue más tranquilo. Lionel y Julián, en dos oportunidades, decretaron un 3 a 0 que tuvo sabor a revancha (por lo sucedido en 2018), pero esta vez en instancia decisiva. Final a la vista y, tras un día de incertidumbre, Francia cruzando la línea de cal, que derrotó 2-0 a un atractivo Marruecos.
Estos párrafos conclusivos procurarán delinear la cumbre de nuestra gesta colectiva. Primero, objetivamente. Luego, como seres sintientes. Es probable, incluso, que ambas condiciones se mezclen inocentemente.
Pues bien, si en el fútbol se pone la lupa, el Argentina – Francia de Lusail será una de las finales más impactantes que ha tenido el deporte. Un equipo como protagonista durante unos entretenidos 80 minutos que se topó contra la contundencia extrema del elenco europeo, cuya joya facturó lo que tocó.
Vamos desde el principio… Otra vez fue nuestro capitán quien estuvo a cargo de romper el cero, ya que a los 23 minutos ejecutó con clase un penal otorgado por la arremetida previa de Di María. Trece minutos más tarde, el mundo presenciaría una travesía imponente. La misma inició producto de la característica presión de Álvarez, que contó con todo el apoyo de un efusivo Scaloni sobre la banda; luego fue encomendada por la precisa derecha de Molina, que encontró a Mac Allister, quien tocó con Messi, que buscó a Julián nuevamente y encontró el intrépido pique de Alexis, que con un ligero movimiento detectó el vuelo de Angelito y asistió para que el 11 se congracie con el gol que le faltaba. El 2 a 0 hizo estallar en griterío a todo el país, a lo largo y a lo ancho. Uno de los mejores goles de la historia. Pero aún quedaba mucho por sufrir.
En una ráfaga de 95 segundos, promediando los 79′ y cerrando los 80′, de penal y de volea, Mbappé lució su imbatible repertorio y puso en partido a una Francia que parecía abatida, al menos por el fútbol. Y la historia se repitió en los eternos 30 minutos de prórroga. El mejor futbolista del planeta volvió a marcar, cuando el reloj indicaba 4 minutos del segundo tiempo extra. A esta altura, para muchos, el grito se transformó en un nudo que se apoderó de las gargantas. Ya no se podía vociferar, porque la tensión le escapaba a cualquier tipo de parámetro. Fueron momentos de alegría, pero también de aturdimiento, el corazón resistía a fuerza de pasión. Más tuvo que aguantar con el empate final de Mbappé, a dos minutos del pitazo definitivo. Y fue el Dibu Martínez, otro héroe consagrado, quien nos contuvo a todos en su tibia izquierda -la parte lateral, sí, esa que merece tatuajes en masa-. Construyó la atajada más relevante de esta trascendental disciplina y acalló las esperanzas de Kolo Muani y sus colegas.
Capítulo final: la infalibilidad argentina desde la sentencia máxima y la figura de su arquero inmaculada. Mbappé, adentro. Messi, con la confianza de ser inigualable. Coman, sometido por Dibu. Dybala, con seguridad. Tchouameni, intimidado y afuera. Paredes, con precisión a una punta. Kolo Muani, con una efímera revancha. Montiel, con la gloria eterna.
El llanto, la risa, el grito sagrado. Un festejo colectivo como nunca antes se ha visto. Las calles inundadas por la marea celeste y blanca. El rey, con su corona. Sus amigos, como cómplices inmortales. El mentor, con sus laureles. Sus secuaces, con su impoluto reconocimiento. Las gargantas abiertas, de par en par, bramándole al cielo, “como en el ’86”. Las lágrimas derramadas, pero esta vez de felicidad plena. ¡Argentina campeón! Por tercera vez.
Desde el 18 de diciembre de 2022, y para siempre, ¡gracias!
Fuente: AFA