EL CALVARIO DE TRES GENERACIONES DE JUBILADOS

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Es otra de las brasas ardientes que hereda el presidente Milei.

Por: Osvaldo Pepe Para: Clarín

Soy nieto e hijo de jubilados. Y jubilado yo mismo desde hace seis años. Mi abuelo materno, guitarrero, cantante, compositor, actor, tanguero de una época de oro del tango y del teatro, vivió un tiempo en el cual los viejos se apagaban en la casa familiar. Murió la mañana siguiente de una cena que imagino copiosa, como a él le gustaba, con sus amigos de “las tablas”, ritual que se daba el gusto de repetir todos los meses, luego del cobro del haber. Se fue como había vivido: con la serena alegría de quien no sentía el apremio de los años transcurridos, bien comido, siempre limpio y perfumado. Cobraba una jubilación digna. Hablo de 60, 70 años atrás. En aquel entonces, los viejos de la familia no marchaban a la tristeza del destierro en un geriátrico, para morir junto a los gerontes de otras tribus. Los antiguos griegos sancionaban con la pena del destierro los delitos más graves, pero veneraban la sabiduría y el ejemplo de vida de los ancianos. No los castigaban. Los premiaban.

La ilusión (y la mentira) del 82 % móvil

Mi viejo fue un laburante de sol a sol. Un empleo público por la mañana (Teléfonos del Estado, luego ENTel) y actividad privada como electricista por la tarde para llevar la dignidad del pan a la mesa familiar. En algún momento (1958, gobierno de Arturo Frondizi) se ilusionó con “la ley de el 82%”, que otorgaba ese porcentual sobre el mejor sueldo de la historia laboral del jubilado. Entonces, él estaba fuerte y sano, era aún joven y trabajaba duro. Igualmente, a futuro esa alegría le duraría lo que un suspiro: ese 82%, tras el derrocamiento de Frondizi, bajaría al 70%. De ahí en más, el sistema del cálculo establecido siempre le sería adverso a él y a todos los jubilados. Ya empezaba a hablarse de la “crisis previsional”. En 1975, a punto de jubilarse, le cayó un baldazo de nafta encima y él tenía un fósforo en la mano: con la explosión del “rodrigazo” y la inminente dictadura, se desató un descontrolado brote inflacionario que hizo caer los “beneficios” (rara forma de nominarlos) jubilatorios un 45% y más. Con una yapa: se congelaron salarios y jubilaciones.

El comienzo de el saqueo de las cajas jubilatorias

En 1980, durante la dictadura, se incrementaría la informalidad laboral y fluiría la evasión impositiva. Las cajas jubilatorias se verían sometidas a saqueo. Se empezaba a derrumbar la solidaridad intra generacional entre aportantes y beneficiarios. Mi viejo empezó a sospechar que no viviría la vejez grata de mi abuelo. En solo una generación, el haber se había degradado. Con la recuperación democrática, quedaron a la intemperie ciudadana el camposanto de la dictadura y los escombros de una economía en llamas. Hiperinflaciones y reflujos golpistas relegaron el tema jubilatorio y pulverizaron poco a poco el sistema. Hablo de 40/45 años atrás.

Menem pareció descubrir el elixir mágico de la jubilación privada. Llegaban las AFJP. En tanto, una generación que asomaba a la madurez de la vida empezaba a deletrear a futuro la palabra ju-bi-la-ción, antes confinada al universo de abuelos y padres. No más reparto. La palabra clave, la puerta de presuntas felicidades, pasó a ser capitalización. Al cobrar el 30% de comisiones por anticipado, las aseguradoras de los fondos de jubilación y pensiones se harían de una caja de miles y miles de millones de pesos. Según algunas estimaciones, las AFJP habrían llegado a embolsar US$ 10.000 millones, formidable mercado de capitales que no tendría reflejo en el bolsillo de quienes se jubilaban. Hablo de 30 años atrás.

Con De la Rúa y la Alianza la herida no se detuvo: se agravó. Los futuros jubilados olfatearon de inmediato que pagarían el muerto y tendrían un anticipo de calamidades futuras. Y pasó, nomás: 13% de descuento en sus haberes. Faltaba lo peor, La devastación de 2001 llevaría a muchos a la ruina. Finalmente, el Apocalipsis había llegado y la cuenta regresiva de una futura generación de pasivos ya estaba a la vuelta de la esquina. Hasta que en 2007 el presidente Néstor Kirchner puso el ojo en los fondos frescos de las AFJP. Cristina, ya presidenta, sólo jaló el gatillo: en octubre de 2008, presentó un proyecto de ley para eliminar el régimen de capitalización y volvería el sistema de reparto.

Los Kichner y la apropiación de los fondos jubilatorios

Los Kirchner se hacían de una nueva caja, de las mejores, para financiar su plan de gobierno. Los más suspicaces comprendieron que la captura de esos fondos de las AFJP no iría para los jubilados. Néstor Kirchner ya había encendido una alerta peligrosa: en su gestión sólo aumentaría los haberes mínimos y congelaría los más altos, sin tener en cuenta el historial de aportes de cada jubilado. Provocaría así una avalancha de juicios, hasta que la Corte, con el emblemático caso Badaro, luego seguido de otros, dispondría que la arbitrariedad debería ser reparada.

Los Kirchner huyeron hacia adelante y así surgiría el plan jubilaciones “para todos y todas”, por así llamarlo. Se jubilaban sin ningún aporte, o con sólo unos pocos, no sólo las amas de casa (una reparación entendible) sino otros colectivos. Una jubilación no se le negaba a nadie. Sabían que la ecuación ya no era la del primer peronismo: el país aceleraba su decadencia y los aportantes se habían reducido a 1,3 por cada jubilado. Aun así, tres millones de personas sin ningún historial previsional, es decir sin un solo aporte, ingresarían al sistema por la ventana. Como con los planes sociales y los bonos actuales, algunos lo merecían. Otros, no: sólo eran parte del plan re reelección, bendecido por Cristina.

Pasaron los años, las décadas. Pasó la vida. Ahora el jubilado soy yo. Desde que me retiré en diciembre de 2017, a los 65 años, con 45 de aportes continuados, más que mi propio padre, se desataron todos los cataclismos posibles, como un tsunami en continuado, que terminaría por desquiciar los restos humeantes del sistema previsional. Pasaron Macri y Alberto Fernández, cada uno con su fórmula de movilidad jubilatoria. Aun así, los haberes se desplomaron. Ya nada alcanza. No hay aportantes suficientes para financiar el sistema. Y “no hay plata”. En la turbulencia, la mínima quedó por el piso y en el cuarto gobierno K quienes la cobraban recibieron bonos adicionales. Claro que sin ningún tipo de control, sin censo del sector, sin discriminar quién sí y quién no debería cobrarlos.

En los últimos seis años los jubilados perdieron 40 % de sus ingresos

En cambio, los jubilados que aportaron toda su vida, perdieron entre septiembre de 2017 y diciembre de 2023 el 40% de su poder de compra. ¿Se les puede pedir más ahora? La inflación y la sucesión de “planes platita” se llevaron todo puesto. Así estamos. Esto lo sabe y comprende más de la mitad de la sociedad, que votó un cambio. Hemos pasado a ser un país pobre y con muchos pobres. El presidente Milei tiene una brasa ardiente en sus manos. Deberá distinguir ente el agua y la nafta. Quizá haya que equilibrar los esfuerzos para que no paguen la mayor parte los de siempre. Entre ellos, los jubilados aportantes. Algunos ya no pueden hacerlo.

El megaproyecto de ley que el gobierno mandó al Congreso propone, entre otras, la emergencia previsional, otra más, hasta fines de 2025. También suspende la movilidad jubilatoria y autoriza aumentos por decreto hasta que alumbre una nueva fórmula. Es hora de pagar la fiesta. Los asesores previsionales del Ejecutivo, los legisladores en el Congreso y el propio Presidente esperan una inflación de entre 20% y 30% mensual el tiempo que viene. Todos tienen, o tuvieron, abuelos y padres. Y saben de qué se trata.

Más aún: saben quiénes y cómo hicieron añicos el sistema previsional. No sólo las cajas jubilatorias fueron saqueadas: todo el Estado se encuentra en emergencia terminal. Aunque la CGT lo advierta recién ahora, el tobogán viene desde lejos. Desde los tiempos de mi abuelo guitarrero en adelante.

Este repaso de tres generaciones es mucho más que una semblanza autobiográfica: es la radiografía de la Argentina que se habituó al destrato de sus viejos. Y que parece dispuesta a continuar con esa ingratitud.