Ingenio San Javier: Ayer modelo de industrialización, hoy museo de la desidia y la inoperancia

Agricultura Economía Nacional Política Regional

Por: Ing. Alberto Tomás Ré Para: LVD

Lo que fue una Cooperativa emblemática y una alternativa de industrialización local para cientos de productores, hoy es convertido en museo. Una muestra del retroceso productivo en nombre de una “identidad cultural”, sin responsables ni futuro.

El Ingenio San Javier fue durante décadas un emblema de la economía regional del sur misionero. Fundado como cooperativa, dio impulso a cientos de pequeños productores cañeros —muchos de ellos también tabacaleros— y fue centro de una cadena de valor que movilizaba a transportistas, mecánicos, trabajadores temporarios y comercios.

En sus mejores épocas, el ingenio fue ejemplo de industrialización local. Permitía que la región no solo produjera caña de azúcar como materia prima, sino que también la procesara, la transformara y la comercializara con mayor valor agregado. Eso es lo que potencia el desarrollo tanto de la caña como los de tantos otros cultivos que se hacen en la provincia y que permite que los productores primarios puedan escalar en la cadena de comercialización, generando trabajo calificado y oportunidades locales.

Una intervención estatal que agravó el problema

La crisis interna de la Cooperativa arrastrada por muchos años de desacertados manejos, derivó en el traspaso del ingenio al Estado provincial, que lo absorbió a través del entonces Instituto de Fomento Agropecuario e Industrial (IFAI) organismo que paradójicamente fue creado para estar al “servicio del fomento agropecuario e industrial de la tierra colorada, apoyando nuevas plantaciones, cultivos, reconversión productiva, instalación de industrias, racionalización de las existentes e incorporación de tecnología”. Se argumentó y suponía que ello garantizaría continuidad y mejoras. Sin embargo, ocurrió lo contrario: la llegada del IFAI significó politización, cargos innecesarios y manejos poco claros. Lejos de solucionar los problemas técnicos y organizativos, se sumaron nuevas capas de ineficiencia.

En lugar de profesionalizar la gestión, se utilizó al ingenio como caja política. Con el correr del tiempo, las zafras se volvieron más intermitentes hasta suspenderse por completo. Mientras tanto, se multiplicaban los anuncios, diagnósticos y promesas que nunca se cumplieron. La capacidad instalada se deterioró y la motivación de los productores desapareció.

Tres años sin zafra y el museo como excusa

Últimamente con tres años consecutivos sin zafra, la situación llegó a un punto crítico. En vez de reactivar el aparato productivo, las autoridades optaron por lo simbólico: transformar el ingenio en un museo. El argumento fue “preservar la identidad“, como si esa identidad pudiera conservarse disecada, inmóvil y desvinculada de la producción real.

Así se consuma el vaciamiento. Se deja atrás una experiencia de industrialización local que podía y debía mejorarse, para convertirla en un decorado. Una especie de monumento al pasado, sin propuesta concreta para el futuro.

Se pierde una cadena productiva completa

No se trata solo de un edificio cerrado. El fin del Ingenio significa la pérdida de una alternativa productiva para cientos de familias, en una zona con pocas opciones atrayentes. La producción de azúcar, aunque limitada, mantenía viva una cultura del trabajo y una economía local vinculada al campo. Hoy, al igual que ocurrió con el tung o como está pasando con los cítricos, esa actividad queda arrumbada en el arcón de lo que alguna vez fue y pasa a ser solo un recuerdo.

La reconversión del Ingenio en museo —por más buena intención que tenga— es un gesto simbólico que en lugar de resolver, inmoviliza, congela el pasado y renuncia al futuro.

El Ingenio convertido en museo es un monumento al fracaso

El caso San Javier debería encender todas las alarmas. Porque detrás del relato simbólico de la identidad y la memoria, lo que queda es una región abandonada a su suerte, una herramienta productiva clausurada y una política que prefiere conservar ruinas antes que reconstruir el desarrollo.

Transformar un ingenio azucarero en museo no es política patrimonial. Es claudicación productiva. Es, en definitiva, una manera elegante de esconder la inoperancia y la inutilidad.

Fuente: LVD