Homenaje: El Perito Moreno, un viaje liviano de equipaje

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Todas las vidas del hombre que nació rico, murió pobre y abrió las primeras puertas de la Patagonia para la Argentina. Un héroe civil, a la altura de San Martín, Belgrano o Sarmiento. Dejó todo por su Patria. El “Perito” Moreno, en su nombre hoy 15 de febrero, se celebra el Día de los Glaciares.

    Su primer viaje al Sur fue con lo mínimo indispensable. Y el último también: un poncho, un bolso para recoger fósiles, un cuaderno de notas, un revólver Smith & Wesson y latas de foie gras, una especie de paté de hígado de pato o ganso. Cuando emprendió la primera travesía tenía 21 años y empezaba a dejar atrás una vida de rico.

    Exploradores en 1875. El "Perito" Moreno, sentado a la derecha con gorro y remo, en el lago Nahuel Huapi.

    Exploradores en 1875. El “Perito” Moreno, sentado a la derecha con gorro y remo, en el lago Nahuel Huapi.

    Francisco Pascasio Moreno había nacido en una casona de Paseo Colón y Venezuela, en una familia patricia. En 1919, el Perito Moreno moría en la pobreza, con un fragmento de la Bandera de los Andes sobre el pecho. En su escritorio había dejado una confesión de puño y letra: “¡Tengo sesenta y seis años y ni un centavo! ¿Cuánto valen los centavos en estos casos…? ¡Yo que he dado mil ochocientas leguas a mi patria (…) no dejo a mis hijos un metro de tierra donde sepultar mis cenizas!”.

    Experto, técnico, competente, especialista, ducho, hábil. Todo eso, según el diccionario, quiere decir “perito”. Pero nuestro Perito Moreno fue llamado así por su minucioso trabajo al fijar los límites de la frontera con Chile. Y por todo lo que había hecho antes, como llegar un 15 de febrero como hoy al lago Argentino y explorar los alrededores del glaciar que ahora lleva su nombre.

    Hábil y ducho en todo, menos en cuidar su plata. “¡Cuánto quisiera hacer, cuánto hay que hacer por la patria! Pero ¿cómo, cómo?”, escribió en su esquela final.

    En 1896, cuando el gobierno lo nombró perito argentino en el diferendo limítrofe con Chile, había pasado 22 años sin cobrar un solo sueldo. Pero ante el nuevo desafío, el científico con alma de hielo cruzó la cordillera a lomo de mula, cumplió su misión y recibió como compensación 25 leguas de tierras fiscales en la zona del Nahuel Huapi. Muy pronto, sin embargo, donó parte de esos terrenos para crear un parque nacional, el primero de América Latina. Y con dinero propio fundó las “Escuelas Patrias”, un lugar para albergar y educar a niños pobres. Sin saberlo, se convertía así en el pionero de los comedores escolares.

    La primera escuela la instaló en su propia casa, una quinta en Parque Patricios que había heredado de sus padres. “Un niño con barriga vacía, no puede aprender a escribir la palabra pan”, advirtió. Y no paró más.

    Entre viaje y viaje a la Patagonia presentaba proyectos para crear “cantinas escolares” y colegios nocturnos, siempre poniendo hasta su último centavo al servicio de los demás. Y su corazón roto. De chico, había perdido a su mamá, víctima del cólera. Y de grande tuvo que enterrar a tres hijos antes de cumplir los tres años. Su esposa murió joven de fiebre tifoidea. El explorador, sin embargo, siguió adelante. Viajó a Londres y dejó a sus hijos como pupilos en una escuela, pero pronto falleció uno. Ante tanta desventura volvió a la Patagonia. Y siguió creando comedores. Hoy sus restos descansan a un costado del lago Nahuel Huapi, donde cada verano llegan miles de turistas pesados de equipajes.

    Fuente: La Nación