Sin originalidad, algunos de los dirigentes K más extremos repiten el discurso destituyente que utilizaron contra Macri. Milei agradece.
Por: Gonzalo Abascal Para: Clarín
Pablo Moyano durante el acto de la CGT en la Plaza Congreso. Foto: Marcelo Carroll
Javier Milei ganó las elecciones presidenciales apoyado en dos ejes, el desastroso gobierno de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, y la construcción de dos ideas que fueron asimiladas colectivamente con facilidad, una económica y otra política: dolarización y casta.
Ningún otro candidato, y en la afirmación se incluye a Patricia Bullrich, hoy ministra; y a Horacio Rodríguez Larreta, hoy opositor, logró algo siquiera cercano, con propuestas diluidas que requerían de explicaciones que nadie quería escuchar.
A Milei podrá criticársele muchas cosas, pero con su equipo tuvieron lo esencial. Ideas.
Con él en la presidencia y con un rumbo económico definido (el resultado será otra historia) la oposición más extrema repite el libreto que recitó desde 2015 a 2018, cuando se impuso la destructiva lógica del “club del helicóptero”.
En aquel momento Emilio Pérsico, del Movimiento Evita, decía: “Este gobierno ya fue, no tiene capacidad… Cuanto antes se vayan mejor”. Pablo Micheli, de la CTA, sumaba: “O se cae este modelo económico o estos tipos dejan el Gobierno”. Y el ex juez Zaffaroni mostraba su poco apego democrático: “Va a pasar lo mismo del 2001, quisiera que se fueran lo antes posible”.
Hoy cambiaron algunas voces pero abruma la escasa originalidad para elaborar el nuevo discurso. “Esto es Semana Santa, no sabemos si cae en marzo o en abril”, inició la saga desde Pinamar Pepe Albistur, esposo de Victoria Tolosa Paz. Juan Grabois no quiso quedarse atrás: “Quiero (que este gobierno) fracase, que se hunda”. Con otro tono, Cristina Kirchner escribió: “Los que obtuvieron fuerza propia, que los insuflaron de aires fundacionales, no pudieron terminar sus mandatos…”. Estela de Carlotto lo sintetizó con su definición del último domingo: “Milei es un extraño personaje. Hagamos algo para que cambie o se vaya rápido”. El tamaño del patinazo fue tal que Pablo Moyano, nada menos, intentó corregir el sinsentido: “A Milei hay que cansarlo con la gente en la calle y echarlo con los votos”, dijo. Al menos habló de votos.
Lejos de preocuparse, seguramente Milei agradece la sucesión y alienta su continuidad. El discurso destituyente sólo encontrará eco en los más fanáticos, y espanta a los moderados, aún a los críticos. Al Gobierno le propone una discusión que lo favorece y le permite ganar tiempo.
Vocear que Milei debe caer no es una idea. O mejor dicho, es la peor idea de todas. En realidad, evidencia justamente lo contrario, la ausencia de una propuesta alternativa que empiece, al menos, a dar la batalla conceptual. Esa pulseada, por ahora, la sigue ganando el Presidente.
La cercanía de la derrota electoral y la pérdida de liderazgo de sus principales dirigentes (¿quién manda hoy en el peronismo?) no son el ambiente más propicio para parir una idea nueva.
Lo incipiente del Gobierno tampoco ofrece mucho espacio donde hacer blanco. El argumento opositor se construirá a partir del éxito o el fracaso del oficialismo en su plan contra la inflación (y más adelante la recesión).
Pero a pesar de lo prematura de la situación y de la incertidumbre, el peronismo (con sus voceros kirchneristas) podría ir pensando algo. Una idea. Incluso media, ya habrá tiempo de completarla. Nadie espera milagros, tampoco. Algo un poco más lúcido y esperanzador que la triste letanía de invitar a un Golpe.
Fuente: Clarin