Entre la ensalada de papa y huevo en Olivos, el onanismo de Alberto, el triángulo de hierro y el show de Máximo, nos vamos cansando.
Por: Alejandro Borensztein. Para: Clarín
Si bien se supone que esta es una columna de humor político, ya hemos aclarado que hay ciertas cosas de las que no nos vamos a ocupar, como el debate nacional que tuvimos esta semana sobre los 20.000 pesos por cabeza que debieron pagar los diputados que fueron al asado en la Quinta de Olivos. Como dijimos la semana pasada, esta columna es en joda pero no para tanto.
Sin embargo hay algo en el episodio del asado que cabe observar por su significado político: el diputado Damián Arabia del PRO informó que, como aporte personal al evento, él iba a llevar una ensalada de papa y huevo. Posta.
Seguramente este dato no será analizado en las columnas de ninguno de los grandes analistas de este país. Nada dijeron ayer Ricardo Roa o Miguel Wiñazki. Nada de esto veremos hoy en los editoriales de Ricardo Kirschbaum o de Eduardo Van Der Kooy. Tampoco el tema será tratado mañana en los programas de Carlos Pagni o Morales Solá. Por ahí Majul dice algo porque él es más de la papa y el huevo, pero lo dudo. Desmenucemos este pequeño detalle culinario por su implicancia institucional.
En principio, siendo que Arabia es un diputado del PRO comprometido con el cambio, es de suponer que la ensalada no fue solventada con la plata de los contribuyentes, al revés de lo que hubiera hecho cualquier diputado kirchnerista. Bien ahí.
El segundo dato es que Arabia no debe haber llevado ensalada para él solo sino que, como corresponde, descontamos que habrá preparado una de papa y huevo para todos los comensales. Recordemos que eran 87 diputados. Si a eso le sumamos al presidente y a otros funcionarios del gobierno, podríamos redondear unos 100 invitados. Como un bar mitzvah.
Calculando 300 gramos de ensalada por cabeza, quiere decir que Damián Arabia tuvo que preparar al menos 30 kilos de ensalada de papa y huevo. Esto significa aproximadamente 20 kilos de papas y 10 kilos de huevos duros que el diputado del PRO no solo tuvo que hervir sino, lo que es mucho más complejo, debió enfrentar ese capricho de Dios por el cual algunos huevos duros se pelan fácilmente y otros vienen con la cáscara adherida como si en el gallinero le hubiesen puesto Klaukol.
A todo esto hay que agregarle una palada de perejil, dos baldes de mayonesa, un bidón de oliva, medio de limón, una bolsa de sal y dos forzudos para mezclar los ingredientes. La logística del traslado también habrá tenido sus bemoles. Mínimamente son dos Uber con sus respectivos baúles llenos de papa y huevo. No habrá sido muy higiénico pero era lo más práctico, los ponés de culata en la puerta de la cocina y ahí mismo vas llenando las ensaladeras.
Destacamos este esfuerzo del diputado porque refleja, en buena medida, la realidad política nacional: afuera de la Quinta de Olivos estaba la casta que no hace nada y vive del Estado y adentro estaba la casta que se mata laburando, como Damián Arabia. En otras palabras, tanto afuera como adentro estaba la casta.
Esto nos remite al fondo del asunto: ¿No era que íbamos a terminar con la casta? ¿Está Milei cumpliendo con sus promesas de campaña y, por ende, satisfaciendo la demanda del electorado o todo esto es un bluff que va a terminar como el orto y lo que estamos viviendo es solo un impasse entre el cuarto gobierno kirchnerista y el quinto?
Por ahora es un misterio. Nadie pone en duda la idoneidad del triángulo de hierro (Javi, Karina y el topito Caputo). Los tres tienen suficiente experiencia profesional administrando el Estado, una gran formación académica, un CV impactante y un talento sin discusión. Sin embargo, lo que más tienen es suerte: el que se les plantó enfrente es Máximo.
Curiosamente el viernes este muchacho se presentó en La Plata como conductor del peronismo. Ya no se autopercibe como Máximo sino que ahora se hace llamar Kirchner, a secas. Así son los estadistas.
Actuó en un escenario cuadrado, cosa que no debe ser tomada como un símbolo de su nivel intelectual sino como un aggiornamiento en el formato de comunicación. O como ambas cosas si se quiere.
Como siempre, una vez más se desentendieron de todo lo que pasó. “Basta de Sciolis”, gritó el tipo que los mandó a votar por Scioli. Del mismo modo que ahora también dicen “Basta de Alberto” o “Basta de Massa”. Si nos remontamos un poco más atrás, ellos mismos supieron gritar “Basta de Menem”. Ni hablar cuando gritaron “Basta de Isabelita”. La lista de “bastas” tardíos que tiene esta gente es hermosa.
Algún día Cristina deberá inaugurar en la Casa Rosada el Salón de los Bustos de Bastas. Justamente esto dependerá de si falla o no el León. De eso se trata el asunto.
En esa ensalada de papa y huevo y en estos “bastas” radica el nudo del futuro político argentino. Hilando finito, tal vez lo que conecta aquella ensalada con estos bastas se llama “Lijo a la Corte”. Pronto lo sabremos.
Párrafo al margen: lo más divertido del tema Lijo es la cara de Lousteau. Presionado por su dependencia con la mafia del juego y con la mafia universitaria, el pobre tipo ya no sabe de qué disfrazarse. Un día va a aparecer en TN con una careta de Groucho Marx.
Posiblemente, todo lo descripto en esta columna se resuma en una sola palabra: “impostores”. Y sin dudas, esto se conecta con un dato clave: el viernes se cumplieron 40 años del día en que Ernesto Sábato, como presidente de la CONADEP, le entregó al entonces presidente Alfonsín el famoso “Nunca Más”, tal vez la piedra fundacional de nuestra democracia moderna. Siempre vale recordar la esencia de aquel asunto.
Con todo el peronismo en contra, Alfonsín derogó la autoamnistía que se habían otorgado los militares y armó una comisión para recibir las denuncias de violaciones a los DDHH e impulsar los juicios. Para cuando los progenitores de Máximo gritaron “Basta de Luder”, los criminales ya estaban todos juzgados, condenados y presos. Desde Videla y Massera hasta Firmenich y Vaca Narvaja.
Por piedad con el peronismo pasaremos por alto los indultos y el apoyo del prekirchnerismo a aquella decisión de su jefe Menem, años antes de gritar “Basta de Menem”.
Veinte años después del Nunca Más, en marzo de 2004, Néstor Kirchner puso la piedra fundacional del kirchnerismo. En la ESMA y ante un auditorio joven que desconocía la historia, el tipo tuvo el tupé de decir: “vengo a pedir perdón en nombre del Estado Nacional por haber callado durante 20 años de democracia estas atrocidades”. O sea, nada de lo hecho por Alfonsín, Sábato y Strassera había ocurrido. Es la frase más atroz en lo que va del Siglo XXI.
Hoy tenemos un gobierno que pasa de largo de estos temas, con excepción de la delegación de diputados libertarios que fueron a Ezeiza, seguramente a conmemorar aquellos días.
Advertencia: los que sueñan con el “Basta de Kirchner” deberían ir olvidándose y prendiéndole velas al triángulo de hierro. Dado los antecedentes de sus tres integrantes, sería un milagro que esto saliera bien.
Sin embargo, no hay que perder las esperanzas. Los milagros existen, sobre todo en un país donde pasan cosas como, por ejemplo, un diputado del PRO preparando 40 kilos de ensalada de papa y huevo.
Hablando de huevos, hoy dejamos pasar las peripecias de Alberto, el Campeón Latinoamericano del Onanismo.
Amigo lector, no hay que calentarse. Es todo comedia.
Fuente: Clarin